lunes, 7 de diciembre de 2015

MI MADRE






                                                                MI MADRE     

En presencia de la maestra de tu hermano faltaste al respeto a tu madre! ¡Que esto no se repita nunca más, Enrique, nunca más! Tu palabra irreverente me atravesó el corazón como una punta de acero. Piensa en tu madre, cuando hace años, estuvo toda una noche inclinada sobre tu cama, midiendo tu respiración, llorando lágrimas de sangre de la angustia y latiendo los dientes del temor que tenia de perderte y yo temía que perdiese la razón. Este pensamiento me ha hecho sentir una gran pena por ti. ¡Tú, ofender a tu madre, a tu madre, que daría un año de felicidad por quitarte una hora de dolor, que pedirla limosna por ti, que se dejaría matar por salvar tu vida! Oye, Enrique mío: fija bien en la mente este pensamiento.

Considera que te esperan en la vida muchos días terribles; pues el más terrible de todos será el día en que pierdas a tu madre. Mil veces, Enrique, cuando ya seas hombre fuerte y probado en toda clase de contrariedades, tú la invocaras, oprimido tu corazón de un deseo inmenso de volver a oír su voz y de volver a sus brazos abiertos para arrojarte en ellos sollozando, como pobre niño sin protección y sin consuelo. ¡Cómo te acordarás entonces de toda amargura que le hayas causado, y con qué remordimiento, desgraciado, las contarás todas! No esperes tranquilidad en tu vida, si has contristado a tu madre.

Tú te arrepentirás, le pedirás perdón, venerarás su memoria, inútilmente; la conciencia no te dejará vivir en paz; aquella imagen dulce y buena, tendrá siempre para ti una expresión de tristeza y reconvención, que pondrá tu alma en tortura. ¡Oh, Enrique mío: mucho cuidado! Este es el más sagrado de los humanos afectos. ¡Desgraciado del que lo profane! El asesino que respeta a su madre, aún tiene algo de honrado y algo noble en su corazón; el mejor de los hombres que la hace sufrir o la ofende, no es más que miserable criatura.

Que no salga nunca de tu boca una palabra dura para la que te ha dado el ser. Y si alguna se te escapa, no sea el temor a tu padre, sino un impulso del alma lo que te haga arrojarte a sus pies, suplicándole que con el beso del perdón borre de tu frente la mancha de la ingratitud. Yo te quiero, hijo mío; tú eres la esperanza más querida de mi vida; pero mejor quiero verte muerto que saber que eres ingrato con tu madre. Vete, y por un poco de tiempo no me hagas caricias; no podría devolvértelas con cariño.                                                                                                                            
                                                          TU PADRE
     (Del

  libro “Corazón” de Edmundo de Amicis)