MI MADRE
En presencia de la maestra
de tu hermano faltaste al respeto a tu madre! ¡Que esto no se repita nunca más,
Enrique, nunca más! Tu palabra irreverente me atravesó el corazón como una
punta de acero. Piensa en tu madre, cuando hace años, estuvo toda una noche
inclinada sobre tu cama, midiendo tu respiración, llorando lágrimas de sangre
de la angustia y latiendo los dientes del temor que tenia de perderte y yo
temía que perdiese la razón. Este pensamiento me ha hecho sentir una gran pena
por ti. ¡Tú, ofender a tu madre, a tu madre, que daría un año de felicidad por
quitarte una hora de dolor, que pedirla limosna por ti, que se dejaría matar
por salvar tu vida! Oye, Enrique mío: fija bien en la mente este pensamiento.
Considera que te esperan en
la vida muchos días terribles; pues el más terrible de todos será el día en que
pierdas a tu madre. Mil veces, Enrique, cuando ya seas hombre fuerte y probado
en toda clase de contrariedades, tú la invocaras, oprimido tu corazón de un
deseo inmenso de volver a oír su voz y de volver a sus brazos abiertos para
arrojarte en ellos sollozando, como pobre niño sin protección y sin consuelo.
¡Cómo te acordarás entonces de toda amargura que le hayas causado, y con qué
remordimiento, desgraciado, las contarás todas! No esperes tranquilidad en tu
vida, si has contristado a tu madre.
Tú te arrepentirás, le
pedirás perdón, venerarás su memoria, inútilmente; la conciencia no te dejará
vivir en paz; aquella imagen dulce y buena, tendrá siempre para ti una
expresión de tristeza y reconvención, que pondrá tu alma en tortura. ¡Oh,
Enrique mío: mucho cuidado! Este es el más sagrado de los humanos afectos.
¡Desgraciado del que lo profane! El asesino que respeta a su madre, aún tiene
algo de honrado y algo noble en su corazón; el mejor de los hombres que la hace
sufrir o la ofende, no es más que miserable criatura.
Que no salga nunca de tu
boca una palabra dura para la que te ha dado el ser. Y si alguna se te escapa,
no sea el temor a tu padre, sino un impulso del alma lo que te haga arrojarte a
sus pies, suplicándole que con el beso del perdón borre de tu frente la mancha
de la ingratitud. Yo te quiero, hijo mío; tú eres la esperanza más querida de
mi vida; pero mejor quiero verte muerto que saber que eres ingrato con tu
madre. Vete, y por un poco de tiempo no me hagas caricias; no podría
devolvértelas con cariño.
TU PADRE
(Del
libro “Corazón” de Edmundo de Amicis)